NO ENCIENDAS LA LUZ (Esta semana a sólo 0,99 €)
—Buena noches cariño —dijo Marta plantando un
beso en la frente de su pequeña hija.
—Buenas noches mamá —sonrió Lucía.
Marta caminó hasta la puerta y, antes de
salir, miró una última vez a su hija de ocho años.
Era una niña muy curiosa. Se pasaba todo el
día preguntando miles de cosas que le pasaban por la cabeza y además era la
persona más noble y bondadosa que Marta conocía. La quería con toda su alma.
Accionó el interruptor y el dormitorio se
sumió en una completa oscuridad.
—¡Mamá! —gritó Lucía—. Deja una luz encendida,
por favor.
Marta se apresuró a encender nuevamente la
luz.
Sonrió.
—Algún día tendrás que empezar a dormir con la
luz apagada —dijo.
Lucía la miró fijamente.
—Pero ese día no tiene que ser hoy, ¿verdad?
—preguntó dubitativa.
—¡Claro que no! —rió Marta acercándose
nuevamente a su hija. La volvió a besar en la frente—. Dejaré la luz del
pasillo encendida, ¿vale? Así te entrará algo de claridad en el cuarto.
Lucía asintió aliviada.
—Buenas noches mamá —volvió a decir—. Te
quiero mucho.
—Yo también te quiero. Eres mi pequeño ángel.
Marta le dio un último beso y se alejó de la cama. Encendió la luz del
pasillo antes de apagar la del dormitorio. Con la puerta entreabierta, el
cuarto quedaba parcialmente iluminado.
—Que tengas dulces sueños —dijo cariñosamente
Marta antes de desaparecer por el pasillo.
Lucía se volvió en la cama para intentar
conciliar el sueño. Un destello llamó su atención desde la puerta.
«¿Qué ha sido eso?» pensó incorporándose en la
cama.
El destello se repitió.
«¡La lámpara está echando chispas!» Lucía se
puso en pie con rapidez. La simple idea de que la casa pudiera comenzar a arder
le aterrorizaba.
—¿Mamá? —llamó alzando la voz.
Nadie respondió.
La luz del pasillo comenzó a brillar con más
intensidad. Poco a poco, el limitado rectángulo que dibujaba en el suelo del
dormitorio se fue alargando, acercándose a ella, como si tuviera voluntad
propia y estuviera decidida a alcanzarla.
Lucía subió a la cama de un salto.
—¡Mamá! —gritó—. ¡Papá!
La luz rozaba ahora la colcha que medio
arrastraba por el suelo. Comenzó a desplazarse sobre ella, como si trepara para
subirse a la cama.
Lucía comenzó a llorar. No recordaba haber
sentido nunca tanto miedo como el que le recorría ahora todo su cuerpo.
—¡No! ¡Déjame! ¡Vete! ¡Vete!
Retrocedió, bajando de la cama por el otro
lado y se agazapó en el último rincón oscuro que quedaba en el dormitorio.
La luz, imparable, continuó avanzando hacia
ella.
—¡Mamá! ¡Papá!
Nadie acudió a sus gritos y la luz no tardó en
alcanzarla.
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